Casa de letras

martes, julio 12, 2005

Segundo cuento

Una borrachera

Abro los ojos porque el calor es insoportable. Debe ser cerca del mediodía porque el sudor ya me baña el pelo.

Me volteo en la acera como si fuera una cama y me doy cuenta que pasé la noche completa dormido sobre el cemento. Con la manga de la camisa me seco la saliva que tengo pegada en la mejilla y entonces decido que debo preguntar la hora.

-¿Qué hora es?, le pregunto al primer par de pantalones que pasa por mi lado.

-¡Vago!, refunfuña el hombre mientras se aleja.

Entonces, miro alrededor. El Viejo San Juan apesta orines y se escuchan los bocinazos de la hora de almuerzo. ¿Alguien me habrá visto? ¿Alguien se habrá dado cuenta que soy yo?

Gracias a Dios nadie se detiene en mí, pero cuando se acercan tratan de disimular muecas de asco. Me toco el pecho y me doy cuenta que está húmedo, con un hedor persistente y pegajoso. Sin duda, en la borrachera me vomité encima. ¡Que asco! ¡Esto es lo último!

Alguien esta tomando café y me suenan las tripas. Tengo hambre. Pero si me paro de aquí la gente se dará cuenta que soy yo. Por los negocios que tengo alrededor me doy cuenta que estoy a sólo pasos de la oficina y si me pongo de pie la gente me reconocerá a pesar de la ropa sucia y el hedor a comida descompuesta.

Sin embargo, tengo mucha hambre. Me busco en los bolsillos y no me queda nada…en la cartera. ¿Dónde habré metido la cartera? La boté en medio de la borrachera o la puta con la que me estruje en la madrugada me la robó.

-¡Mierda!, digo en voz alta.

En definitiva tengo que comer. Tengo hambre y siento que el dolor de cabeza me parte el cráneo. Estiro la mano casi por impulso. Una adolescente que masca chicle se apiada y me pone dos pesetas en la mano. Al minuto, tengo el bolsillo lleno de menudo.

Cuando me arrastro hasta el puesto de comida de la plaza, veo de lejos a mi secretaria. Esta hablando con la policía. Rubia histérica, cada vez que no me presento a trabajar hace un escándalo. Pero no me queda otro remedio, llego hasta la cajera apretándome el estómago y le pido unas tostadas y un café.

Que interesante, cuando estoy encorbatado todos me dan los buenos días, pero la ropa apestosa, el pelo despeinado y las manchas en la camisa hacen pensar a la gente que soy un vagabundo. ¡Ja!

Mientras, miro por la ventana y veo a los lejos a mi esposa llorosa. Después se acerca mi secretaria con la policía. ¿Qué le estarán diciendo? ¿Por qué llorará tanto? No es la primera vez que me desaparezco una noche.

Un hombre canoso sentado en la mesa de enfrente levanta el periódico, entonces leo la fecha: 12 de abril de 2005. ¡Carajo, si estuve dormido tres días! ¿En medio de la borrachera me habré metido algo más? ¿Cómo voy a haber perdido el sentido por tanto tiempo?

Tengo que resolver esto. Salgo corriendo para decirle a mi esposa que estoy vivo, que no se preocupe.

Entonces me acuerdo. ¡Que error! Todo esta confuso, pero ella tiene un ojo morado y cuando me ve acercarme parece que ha visto al diablo. Grita desesperada para que los agentes regresen. ¡Me jodí!

Tengo las esposas puestas. Mientras camino obligado por el agente hacia la patrulla me acuerdo de todo. Era mi cumpleaños. Decidí hacer algo diferente, después de la borrachera típica me metí coca. No me acuerdo a quien se la compré. Lo próximo que recuerdo es cómo me reía a carcajadas mientras le daba a mi mujer una pela salvaje. ¡Mierda! La miro a lo lejos y a pesar de las gafas oscuras la veo sonreír. ¡En definitiva, me jodí!