Casa de letras

martes, septiembre 06, 2005

Otro cuento...para abonar a la tristeza

Me muero por morirme

Día primero

Aún estoy conciente. Aún sé quien me acompaña y mientras los miro recuerdo los momentos en que no estaba atrapado en esta habitación, la época en que el cuerpo me obedecía y podía decir, querer y hacer lo que me daba la gana.

Hoy quien me acompaña es mi hermana mayor. Como cree que duermo, se ha dedicado a buscar información por Internet de su trabajo. Se siente sola. Lo sé. Siempre lo he sabido. Se ha refugiado aquí en la casa de todos, en la casa de familia para no enfrentarse a su abandono, a su soledad, a la carga de la responsabilidad no compartida. No es feliz, hace mucho que no lo es, pero desde que estoy enfermo cree que sufre por mí.

Si pudiera decirle. Si pudiera hablarle. Le hablaría de nuestros viajes a la playa, de los cobitos gigantes de Isla de Mona y de la alegría que me dio su maternidad y el nacimiento de mi sobrina…pero no puedo decirle nada.

Intenta no hacer ruido, como estamos solos apenas me habla porque tiene dudas si estoy conciente, si estoy vivo.

Hace cuatro años estoy acostado en esta cama, esperando. Mi enfermedad ha ido mermando mis funciones corporales y ahora no tengo control alguno. Me he convertido en un recién nacido, pero no puedo ni siquiera llorar.

En silencio mi hermana, me mira. Me dice que volverá en un rato. Se marcha a ver televisión a otro cuarto y cuando me deja solo intento descansar, gracias a Dios las medicinas me atontan y gran parte del tiempo estoy medio dormido. ¿Cuánto tiempo más tendré que esperar?

Día segundo

Tengo calor. Mi hermana menor, que le tiene miedo a todo, cerró la ventana. Tiene terror; teme que el vecino la espíe. Nadie la espía, pero el miedo es quien la acompaña en cada paso que da. Su miedo más persistente es mi muerte, que complete este viaje iniciado y me marche finalmente y la deje sola. Que la abandone, como todos los hombres que se le han acercado alguna vez.

Dormimos juntos muchos años en esta habitación. La compartimos porque sólo le llevo un año. Nunca tuve problema con compartir la habitación con ella, la quiero entrañablemente. Antes que mi sobrina y mi hija, ella fue la niña de esta casa.

Tiene miedo, me mira con pavor. Siempre cree que algo pasará conmigo. ¿Qué puede pasarle a alguien que sólo espera su propia muerte?

Día tercero

Si pudiera hablar, si pudiera sonreírme hoy sería un día entretenido. Mi tía ha venido a verme. Su capacidad para hablar como si le respondiera y pelear conmigo la hacen divertida. Sin embargo, su actuación es burda. Nadie más la ve y aunque se ríe a carcajadas de sus propios chistes, se le escapan las lágrimas. ¿Por qué llorará? ¿Recordará cuando la acompañaba a todas partes? ¿Recordará los consejos que me dio y que nunca tuve oportunidad de cumplir? No hagas nada que yo no haría, me decía.

Hoy Tía, hoy como ves, no puedo hacer nada. Daría la vida que me queda por poder comunicarme, por poder decirles como me siento. Decirles que estoy vivo y no tengo miedo. Me muero por morirme. Estoy listo, la muerte debe ser mejor que esto.

Día cuarto

Es ella. Lo sé por su olor. Está aquí. Siempre me alegro de verla, a pesar de que vivo con ella. Aún vivo con ella. Parece que es parte de un milagro, ¿no? Hace seis años me casé con ella, pero no vivimos felices para siempre.

A los 40 días de casados me diagnosticaron. Al principio se me dormía una pierna. Después los dolores de cabeza no me dejaban vivir. Después del diagnóstico no pasó demasiado tiempo. Dejé de trabajar, me dediqué a luchar en contra de la enfermedad. Amor, de verás lo intenté. Llevas tanto tiempo sin mí. No sé si me sigues queriendo como antes. Yo sigo enamorado de ti y de tu olor y del brillo de tu rostro después de hacer el amor. ¿Cuánto tiempo hace ya sin que hagamos el amor?

Día quinto

A lo lejos lo escucho teclear. Sé que escribe una carta. Sé que intenta en nuestro encierro comunicarse con el mundo, eliminar la distancia. Desde que estoy en cama, mi padre no se aleja de mí; está aquí cada día. Nadie me cuida con tanta entrega, con tanto cariño y tanta responsabilidad. En estos años ha envejecido. Cuando empezó a cuidarme sus canas no eran tantas y las arrugas no lo adornaban como hoy. Insiste en llamarme, en hablarme, en alimentarme. Me he convertido en una de sus aves heridas, en uno de los pajaritos que rescata para que vuelvan a volar. ¿Papá cuanto faltará para que yo vuelva a volar?

Día sexto

La sopa me calienta la boca. La lengua saborea la combinación de sabores que me ofrece el alimento. Quien diría que este sería uno de los placeres que conservo, aún aprecio los sabores.
Mientras se me va calentando el cuerpo mientras trago la sopa, la escucho. Es increíble. Para mi mamá sigo siendo su niño. Sigo siendo el motivo de sus alegrías y penas. Es un día bueno, dice. Te lo comiste todo, celebra mi mamá mientras limpia el fondo del plato con la cuchara. Cuanto me quiere mi madre, cuanto celebra el más simple de los triunfos.

Aunque me queda poco pelo, me acaricia la cabeza con la ternura de siempre y me besa. Cada noche, cuando me sacan de la habitación para bañarme aprecio la cantidad de fotos mías que ha puesto en las paredes. Estoy joven, saludable, entero, quien diría que la vida se me iría escapando poco a poco. ¿Qué harás mamá cuando se me escape la vida del todo?

Día séptimo

La saliva del beso se me queda pegada en la mejilla. Unas manos pequeñas me acarician las mías y pronuncian el último nombre que me dieron: papá. Papi, me dice mil veces.

Papi te quiero tanto, me dice cuando llega de la escuela. Se acuesta a mi lado, me toca, se endereza y me mira a los ojos. Papito, me dice otra vez. Papito, hoy en la escuela aprendí sobre los árboles, me cuenta.

Mi niña cuanta alegría me das. Cuanta felicidad me ofreces en este estado. Quería cuidarte, de verás lo quise, pero no he podido evitarlo, no pude protegerme de esta enfermedad que me acaba día a día. Esta enfermedad que me obliga a despedirme.

Hoy vuelvo a decirte adiós aunque no puedas escucharme, a decirte que sigo aquí, esperando. Me muero por morirme para volver a ser libre. Estoy cansado de despertar aprisionado. ¿Hija que será de ti cuando no esté contigo?

Voy a cerrar los ojos. Voy a intentar dormir, mi esperanza es que cuando despierte ya no esté más aquí.