Un cuento para no perder la costumbre
Lloro frente a tu tumba. Me limpio las lágrimas con un pañuelo. Con disimulo, miro a los empleados del cementerio que como cada semana se me quedan mirando mientras te hago esta visita. Ya me conocen.
Vuelvo a lloriquear y ahora hasta gimo un poco. Me lamento y te recuerdo. Me arrodillo frente a la tumba en una pose. Repito el rito, vuelvo a confirmar que me miran, que tengo un público.
Me he dado cuenta que me miran con lástima. Se fijan en mis canas y en las líneas de expresión de mi cara. Ven como ruedan por mi rostro las lágrimas que derramo por ti…por tu muerte.
Como siempre tengo puesto estricto luto: blusa negra, falda negrísima y gafas oscuras. He notado que este atuendo hace inconfundible mi rol de viuda sufrida. Soy un espectáculo lastimoso y gris, como debe ser.
Aunque hago esto a menudo, hoy te recuerdo más. Rememoro el día que nos casamos. Veo nuestra boda, me vuelvo a ver parada sobre un banco, me subieron allí porque era tan pequeñita. No había terminado de crecer, una semana antes había cumplido los quince. Te extraño tanto.
Vuelvo a lloriquear y ahora hasta gimo un poco. Me lamento y te recuerdo. Me arrodillo frente a la tumba en una pose. Repito el rito, vuelvo a confirmar que me miran, que tengo un público.
Me he dado cuenta que me miran con lástima. Se fijan en mis canas y en las líneas de expresión de mi cara. Ven como ruedan por mi rostro las lágrimas que derramo por ti…por tu muerte.
Como siempre tengo puesto estricto luto: blusa negra, falda negrísima y gafas oscuras. He notado que este atuendo hace inconfundible mi rol de viuda sufrida. Soy un espectáculo lastimoso y gris, como debe ser.
Aunque hago esto a menudo, hoy te recuerdo más. Rememoro el día que nos casamos. Veo nuestra boda, me vuelvo a ver parada sobre un banco, me subieron allí porque era tan pequeñita. No había terminado de crecer, una semana antes había cumplido los quince. Te extraño tanto.
¿Sabes que más me acuerdo? Del día que me enteré que estaba embarazada por segunda vez. Era tan bruta que te lo dije contentísima frente a los vecinos. Me preguntaste quién era el padre y soltaste una carcajada. Sentí el tu aliento alcoholizado hasta en las pupilas. La vergüenza fue tanta que me encerré hasta que se me quitó el calor en las orejas. No sé cómo he vivido estos diez meses sin ti.
Casi por casualidad, me descubro acariciando con la lengua las coronas de boca. El trabajo que hizo el dentista para ocultar las piezas que me tumbaste en aquella pelea, sólo tenía 30 años. Pasé toda mi vida contigo, no sé cuándo superaré esta pérdida.
Suspiro y casi sin pensar te imagino guapísimo, como aquel día en el tribunal. Debes acordarte. El día en que me acusaste de ser negligente con los nenes y me humillaste llevándome a servicios sociales. Tuve que hacer un préstamo para pagar lo que me cobró la abogada. La verdad es que con tu muerte, la vida me ha cambiado.
No puedo creerlo. Jamás pensé que tendría que vivir sin ti. Pensé que moriría primero. Tuve la certeza de fallecer víctima de tus abusos y tus golpes. Fuiste el amor de mi vida.
A veces pienso que no debí haber regresado contigo después del divorcio. Ya había pasado lo peor. En aquellos tiempos, ni el volver a casarme con el mismo hombre me quitó el sello de mujer divorciada. Pero no volví contigo por el que dirán. No pienses eso. Volví porque te necesitaba, con nadie pude sentir lo que tú me hacías sentir. Incluso ahora sufro porque te necesito.
Lo tengo todo guardado. Tú lo sabes. Me conoces mejor que nadie. Sabes que conservo un mechón de pelo de cada uno de los nenes. Mantengo en la cajita con sus nombres los primeros trazos de la escuela. Mantengo como un tesoro hasta los dientes de leche.
También tengo cosas tuyas. Hace meses recogí todo en una maleta. Allí he guardado tesoros de nuestra vida. Tengo el cordón umbilical del niño. ¿Te acuerdas? El que aborté producto de una de nuestras peleas. Era tu hijo, te lo juré hasta el cansancio, pero no me creíste. Y como siempre cumpliste tu palabra, me lo sacaste a golpes. Era bellísimo, tu misma cara. No tengo fotos, pero me queda el cordón.
Además guardé los dientes que me tumbaste de un puño. Tengo el cuchillo con el que me cortaste la cara, junto con la cuenta que le pagué al cirujano plástico. Además he guardado las cartas de todas tus amantes, las tengo organizadas por fecha.
¿Pero sabes cuál es la pertenencia que más aprecio de mi colección de recuerdos? La cuchara. Recuerdo con ternura la sonrisa de tu rostro envejecido mientras te daba las medicinas. Te cuidé hasta el final y cuando decidí que tu vida me pertenecía, te di en la boca un veneno fatal. Tenía buen sabor y de inmediato parecías dormido. Te amé hasta el último día.
Me marcho, amor. Te quiero como siempre y te sigo extrañando.
Me marcho, amor. Te quiero como siempre y te sigo extrañando.