Casa de letras

martes, septiembre 27, 2005

Filiberto Ojeda ha muerto y estoy indignada

Cuando leí estas líneas sentí un dolor profundo. Desde ese momento tengo un hueco en la boca del estómago. ¿Cuándo terminarán las muertes por esta lucha?

Beatriz: "Cuando finalmente me sacaron, Filiberto estaba vivo"

26 de septiembre de 2005 Mari Mari NarváezRedBetances.com

En su primera comparecencia ante la prensa desde el asesinato de su esposo, el revolucionario puertorriqueño Filiberto Ojeda Ríos, Elma Beatriz Rosado Barbosa testimonió que, antes de ser removida de los predios de su casa el pasado 23 de septiembre tras horas de haberse iniciado el operativo del FBI, pudo corroborar que su esposo aún vivía."Me mantuvieron en el lugar y, cuando finalmente me sacaron, Filberto estaba vivo".
Más tarde, la viuda especificó que supo esto porque su Ojeda se mantenía gritando consignas por la independencia de Puerto Rico. En horas de la tarde del día del Grito de Lares, "el hogar que compartía con Filiberto Ojeda Ríos fue asaltado brutalmente por agentes enemigos de la patria", afirmó Beatriz Rosado Barbosa.
"Hombres armados penetraron nuestra propiedad y dispararon a la pared frontal de la casa", siguió relatando. En ese momento, Ojeda Ríos les gritó a los agentes: "Alguien va a salir". Fue entonces cuando la esposa del revolucionario salió del hogar sin pronunciar palabra a los agentes. Inmediatamente "me llevaron a la fuerza, me obligaron a arrodillarme y, al no hacerlo, me tiraron al suelo.
En ese momento vi a Caoba, mi perrita, ensangrentada y muerta".La mujer también contó que su esposo gritó a los federales que él se entregaba al periodista Jesús Dávila pero "los agentes no le hicieron caso. Dijeron que eso no sucedería".
Más tarde, los agentes le vendaron los ojos a Rosado Barbosa. "En ese momento sentí en mi corazón, supe que lo iban a asesinar", contó.No fue sino hasta el sábado 24 de septiembre que la mujer se enteró de la muerte de su esposo, cuando un grupo de sus abogados la recogió en la cárcel federal de Guaynabo.
La viuda hizo un llamado al pueblo de Puerto Rico a manifestar su indignación en los medios de comunicación, en Internet y mediante protestas, piquetes, marchas o vigilias. "El FBI miente como siempre ha mentido. Está pisando en arena movediza y yo pido que nos ayuden a hundirlos. Que se vaya el FBI de nuestra isla. Fuera de nuestro terruño los malditos federales", declaró.
Rosado también relató que, momentos antes de salir de su hogar, su compañero le manifestó: "puede que esta sea la última vez que nos veamos". Al despedirse, su epsoso le manifestó su amor, se abrazaron y se besaron. Por órdenes de sus abogados, la mujer no dijo si sabían o presentían que el operativo se llevaría a cabo en esos días.

martes, septiembre 13, 2005

Cuento nuevo

¿Dónde me perdí?
“¿Dónde me perdí?”, pensó Estela mientras miraba a la recién nacida durmiendo profunda y silenciosamente en la cuna. Entonces se alejó despacio evitando despertar la nueva criatura que ocupaba todo su tiempo.

Cuando volvió a la sala llevaba en la mano una limonada y un libro de poesía. Se podía apreciar en sus ojos la esperanza de poder robar unos minutos a la rutina para volver a ser ella misma. Cuando se sentó comenzó a llorar, sólo bastó un minuto de silencio para que Estela recordara que el tiempo ya no le pertenecía.

La casa mantenía algún orden, por todas partes se apreciaba la presencia de un nuevo bebé. En un extremo el corral de un pálido rosado, los juguetes en el sofá y al lado de la mujer, descansaba un pañal de tela con un lazo bordado al frente.

Mientras, Estela tomaba largos sorbos y cerraba los ojos, el sueño la vencía, las lágrimas la ahogaban y al menor ruido levantaba la vista para asegurarse que la niña no hubiera despertado de su siesta.

La tercera vez que cerró los ojos, perdió la noción de tiempo y espacio.

Las luces de la discoteca la despertaron. Cuando se miró estaba exacta y divina, llevaba un vestido negro espectacular. Era preciosa. En la mano derecha cargaba un cigarrillo, mientras se balanceaba al ritmo de la música.

Estela sonreía con coquetería mientras el mesero le ofrecía un trago.

-Cortesía del caballero al fondo del salón- le dijo.

Sin pensarlo Estela se sentó en la barra y comenzó a tomar con gusto el Cuba Libre. Se disfrutaba cada sorbo, el frío gusto de apreciar los sabores combinados de refresco y licor.

Entonces lo vio acercarse. Sintió éxtasis, placer, locura. No cruzaron palabra, aquel ejemplar exquisito se acercó acortando la distancia entre ella y la barra, y la besó. Ella cerró los ojos, se concentró en el goce y acarició largamente la nuca de aquella belleza.

El ambiente la embriagaba. La arropaba la música, las luces, los besos, las caricias del desconocido la hacían sentir plena. Esa vida la hacía feliz, sensual, llena y libre.

-¿No crees que debo saber quien eres?- le preguntó vanidosa a centímetros de la boca del desconocido. Acto seguido se afincó al cuerpo caliente y sabroso.

-Javier-respondió parco el hombre.

De la discoteca a la cama sólo fue un paso. Cuando Estela reaccionó ya estaba retorciéndose con aquel hombre espectacular. Después del sexo exquisito se acurrucó para dormitar.

El llanto de la criatura la despertó.

“¿Dónde me perdí?”, se preguntó otra vez.

Se levantó a atender a la criatura, la niña que sólo le provocaba dejar sola y salir huyendo.

martes, septiembre 06, 2005

Otro cuento...para abonar a la tristeza

Me muero por morirme

Día primero

Aún estoy conciente. Aún sé quien me acompaña y mientras los miro recuerdo los momentos en que no estaba atrapado en esta habitación, la época en que el cuerpo me obedecía y podía decir, querer y hacer lo que me daba la gana.

Hoy quien me acompaña es mi hermana mayor. Como cree que duermo, se ha dedicado a buscar información por Internet de su trabajo. Se siente sola. Lo sé. Siempre lo he sabido. Se ha refugiado aquí en la casa de todos, en la casa de familia para no enfrentarse a su abandono, a su soledad, a la carga de la responsabilidad no compartida. No es feliz, hace mucho que no lo es, pero desde que estoy enfermo cree que sufre por mí.

Si pudiera decirle. Si pudiera hablarle. Le hablaría de nuestros viajes a la playa, de los cobitos gigantes de Isla de Mona y de la alegría que me dio su maternidad y el nacimiento de mi sobrina…pero no puedo decirle nada.

Intenta no hacer ruido, como estamos solos apenas me habla porque tiene dudas si estoy conciente, si estoy vivo.

Hace cuatro años estoy acostado en esta cama, esperando. Mi enfermedad ha ido mermando mis funciones corporales y ahora no tengo control alguno. Me he convertido en un recién nacido, pero no puedo ni siquiera llorar.

En silencio mi hermana, me mira. Me dice que volverá en un rato. Se marcha a ver televisión a otro cuarto y cuando me deja solo intento descansar, gracias a Dios las medicinas me atontan y gran parte del tiempo estoy medio dormido. ¿Cuánto tiempo más tendré que esperar?

Día segundo

Tengo calor. Mi hermana menor, que le tiene miedo a todo, cerró la ventana. Tiene terror; teme que el vecino la espíe. Nadie la espía, pero el miedo es quien la acompaña en cada paso que da. Su miedo más persistente es mi muerte, que complete este viaje iniciado y me marche finalmente y la deje sola. Que la abandone, como todos los hombres que se le han acercado alguna vez.

Dormimos juntos muchos años en esta habitación. La compartimos porque sólo le llevo un año. Nunca tuve problema con compartir la habitación con ella, la quiero entrañablemente. Antes que mi sobrina y mi hija, ella fue la niña de esta casa.

Tiene miedo, me mira con pavor. Siempre cree que algo pasará conmigo. ¿Qué puede pasarle a alguien que sólo espera su propia muerte?

Día tercero

Si pudiera hablar, si pudiera sonreírme hoy sería un día entretenido. Mi tía ha venido a verme. Su capacidad para hablar como si le respondiera y pelear conmigo la hacen divertida. Sin embargo, su actuación es burda. Nadie más la ve y aunque se ríe a carcajadas de sus propios chistes, se le escapan las lágrimas. ¿Por qué llorará? ¿Recordará cuando la acompañaba a todas partes? ¿Recordará los consejos que me dio y que nunca tuve oportunidad de cumplir? No hagas nada que yo no haría, me decía.

Hoy Tía, hoy como ves, no puedo hacer nada. Daría la vida que me queda por poder comunicarme, por poder decirles como me siento. Decirles que estoy vivo y no tengo miedo. Me muero por morirme. Estoy listo, la muerte debe ser mejor que esto.

Día cuarto

Es ella. Lo sé por su olor. Está aquí. Siempre me alegro de verla, a pesar de que vivo con ella. Aún vivo con ella. Parece que es parte de un milagro, ¿no? Hace seis años me casé con ella, pero no vivimos felices para siempre.

A los 40 días de casados me diagnosticaron. Al principio se me dormía una pierna. Después los dolores de cabeza no me dejaban vivir. Después del diagnóstico no pasó demasiado tiempo. Dejé de trabajar, me dediqué a luchar en contra de la enfermedad. Amor, de verás lo intenté. Llevas tanto tiempo sin mí. No sé si me sigues queriendo como antes. Yo sigo enamorado de ti y de tu olor y del brillo de tu rostro después de hacer el amor. ¿Cuánto tiempo hace ya sin que hagamos el amor?

Día quinto

A lo lejos lo escucho teclear. Sé que escribe una carta. Sé que intenta en nuestro encierro comunicarse con el mundo, eliminar la distancia. Desde que estoy en cama, mi padre no se aleja de mí; está aquí cada día. Nadie me cuida con tanta entrega, con tanto cariño y tanta responsabilidad. En estos años ha envejecido. Cuando empezó a cuidarme sus canas no eran tantas y las arrugas no lo adornaban como hoy. Insiste en llamarme, en hablarme, en alimentarme. Me he convertido en una de sus aves heridas, en uno de los pajaritos que rescata para que vuelvan a volar. ¿Papá cuanto faltará para que yo vuelva a volar?

Día sexto

La sopa me calienta la boca. La lengua saborea la combinación de sabores que me ofrece el alimento. Quien diría que este sería uno de los placeres que conservo, aún aprecio los sabores.
Mientras se me va calentando el cuerpo mientras trago la sopa, la escucho. Es increíble. Para mi mamá sigo siendo su niño. Sigo siendo el motivo de sus alegrías y penas. Es un día bueno, dice. Te lo comiste todo, celebra mi mamá mientras limpia el fondo del plato con la cuchara. Cuanto me quiere mi madre, cuanto celebra el más simple de los triunfos.

Aunque me queda poco pelo, me acaricia la cabeza con la ternura de siempre y me besa. Cada noche, cuando me sacan de la habitación para bañarme aprecio la cantidad de fotos mías que ha puesto en las paredes. Estoy joven, saludable, entero, quien diría que la vida se me iría escapando poco a poco. ¿Qué harás mamá cuando se me escape la vida del todo?

Día séptimo

La saliva del beso se me queda pegada en la mejilla. Unas manos pequeñas me acarician las mías y pronuncian el último nombre que me dieron: papá. Papi, me dice mil veces.

Papi te quiero tanto, me dice cuando llega de la escuela. Se acuesta a mi lado, me toca, se endereza y me mira a los ojos. Papito, me dice otra vez. Papito, hoy en la escuela aprendí sobre los árboles, me cuenta.

Mi niña cuanta alegría me das. Cuanta felicidad me ofreces en este estado. Quería cuidarte, de verás lo quise, pero no he podido evitarlo, no pude protegerme de esta enfermedad que me acaba día a día. Esta enfermedad que me obliga a despedirme.

Hoy vuelvo a decirte adiós aunque no puedas escucharme, a decirte que sigo aquí, esperando. Me muero por morirme para volver a ser libre. Estoy cansado de despertar aprisionado. ¿Hija que será de ti cuando no esté contigo?

Voy a cerrar los ojos. Voy a intentar dormir, mi esperanza es que cuando despierte ya no esté más aquí.